domingo, 7 de diciembre de 2008

Con anestesia

Principios del último mes del año 2008, de la era de nuestro Señor/a Abigaíl Pereira.

Bitácora del Manolo

Día 1


Me despierto abruptamente.
El momento se acercaba. Era inevitable

Resignado, salgo a la calle.
Hay mucha gente y gritos, pues es día de feria y el barrio se revoluciona. Me dirijo a conseguir un medio de transporte.

Arribo al lugar mientras trago saliva y, con un suspiro y mordiendo mi labio inferior, junto coraje para adentrarme en ese siniestro lugar.
El ascensor se hace eterno, como si jugara con los segunderos y frenara los granos de arena.
Al fin llego.

Con una sonrisa inerte, ajena a todo sentimiento que experimentaba en ese momento, me adentré al recinto donde todo iba a ocurrir.

Cerré los ojos y esperé.
Fue todo muy rápido.

Al salir me sentía raro, de todas maneras, no era lo que imaginaba. En la noche, vendría lo peor.
Casi no podía hablar.


Día 2

Al despertar, nada sería igual.
Ya me sentía mejor, aunque estaba ambriento y mis labios estaban quebrados por la falta de agua.
Jamás podría haber imaginado que aquella tarde sería fatal.

Aquello era insospechable. Todo lucía impecable en esa tarde cálida y chébere y macanuda.
Ni siquiera Boris Kristoff y Ludovica Squirru y el Dalai Lama, uniendo sus poderes, podrían haber intuído que mi persona sufriría semejante humillación.

Podrían haberse caído mis pantalones en medio de la feria de Tristán Narvaja, un domingo a las 11:17 am.
Podría haber tropezado con una baldoza floja, de las pocas que hay en la acera, mientras trasladaba un pie de moras para mi abuelita, incrustando mi cara en él.
Podría haber perdido mi traje de baño, mientas realizaba mi famoso clavado "cuádruple mortal, invertido", en la piscina, quedando desnudo en la misma, siendo pleno invierno, con todo lo que ello implica.
Podría haber llamado a Cacho de la Cruz para participar de uno de sus sorteos.
Podrían haberme ocurrido tantas cosas desagradables, pero ninguna como la que me tocó vivir.

Pensé en mudarme de país, o en hacerme varias cirugías plásticas luego de hacer lo que hice.
Jamás tuve tanto miedo en mi vida, como en el momento en que le confesé a la muchacha de la heladería, que el vasito era para mi.

No existe peor humillación en toda la vía láctea, que pedir un helado en vasito (porque no es en vaso, es en vasito. Y decorado con florecillas o cerecillas o pequeños conillos o corazoncillos).
Como buen serhumanito varón que era (claramente ahora ya carezco de tal título), no consumía helado en tal recipiente nefasto, desde que tenía 2 años.

Y todo porque me extirparon, arrancaron, despojaron, desprendieron y usurparon de mi mandíbula superior, dos muelas de juicio.

Esa tarde, perdí el juicio.



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2 comentarios:

Rodrigo dijo...

jaaaaaaaa
Humillante sin duda alguna, y mas si la muchacha de la heladeria estaba buena.

Manolo Lamas dijo...

Pensé en cambiarme el nombre a Monololo Lomos, pero preferí levantar la frente y recibir el despreci oque me merezco...